Tal vez esta redacción peque de pobre para muchos intelectuales, pero más allá de mi visión periodística, quisiera plasmar mi sentimiento ciudadano.
Desde pequeño he oído sobre secuestros que realizaban en el país, en un principio no comprendía muy bien la situación, pero siembre vi gente llorando en los medios de comunicación y también lloraba inconsolablemente, sin dimensionar el verdadero dolor de las personas que aparecían frente a las cámaras de televisión. Luego de unos años, con muchas confusiones en mi mente, vivencié, el hallazgo más trágico en vivo y en directo. En un barrio de Ñemby, hallan el cadáver de Cecilia Cubas, muchos meses después de su secuestro, las terribles imágenes jamás saldrán de mi mente.
Solo atinaba a preguntarme ¿Por qué hacen esto? Y continuaba con mi vida.
Hoy, con unos años dentro del periodismo, he intentado vislumbrar la imagen de los grupos criminales que se fueron creando en el país, quisiera no mencionarlos, para no hacerles propaganda, pero es muy preocupante como algunas personas se sienten identificadas con estas pseudo guerrillas instaladas en el norte del país, ya que supuestamente estos, están a favor de una Justicia Social, justicia que se sirven a partir del sufrimiento de otras personas, ya que aparentemente el dolor de algunos es el placebo de los pueblos carenciados de ciertas zonas del país.
Este domingo me tocó ver a una mujer sobre un escenario, llorando por su hermano, por su desaparición, por la desaparición de todos los secuestrados e implorando a Dios que todas las personas que se encuentran retenidas por estos grupos que desean que reinterpretemos que su lucha es por el bienestar de aquellos más necesitados a costa de vidas humanas. Con la voz quebrada y con el cansancio de noches sin dormir, la mujer tomó fuerzas de la fe que la sostiene, así como de la esperanza de volver a ver a su hermano con vida, para suplicar la paz en nuestro país, ese estado inalcanzable de paz que tanto necesitamos.
Es imposible no hablar del abatimiento de las menores que se encentraban en el campamento del nefasto grupo armado y que murieron tras el ataque de las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC). Es lamentable que dos niñas hayan muerto por causa de sus padres, porque quieran o no, es así, ellas no debían estar en ese lugar, no tenían que estar pasando precariedades, recorriendo montes sin siquiera llegar a conocer lo que es la una “vida normal”, sin miedos y sin la necesidad de estar recorriendo bosques para ocultarse permanentemente. Ellas también son víctimas del grupo armado, pero en mayor medida de sus padres y sus familiares, que permitieron que ambas esten en esa jungla en donde fueron usadas de escudos y tras su muerte abandonadas por aquellos “que velaban” por su bienestar.
¿Es justo que sigamos pagando los pecados de un grupo que desea sublevarse ante cualquier tipo de estado que no concuerde con sus ideas? ¿A caso de eso no se trata la democracia, de lograr vivir en armonía a pesar de las discrepancias que lleguemos a tener como ciudadanos?
De la misma forma, es un tanto irresponsable culpar a cualquier gobierno por la aparición de estos grupos criminales, lo que podríamos cuestionar de manera concisa es el poco trabajo que han realizado en los últimos tiempos para lograr disipar la repugnante presencia de estos grupos armados que ya han acabado con la vida de militares, policías, civiles y los secuestrados que se llevan para realizar sus actos repugnantes ¿para el bien de los demás?
El dolor latente por los secuestros afecta a todos los paraguayos, pero más aún a las familias de aquellos que injustamente están privados de su libertad por decisión de unos rebeldes que creen que están haciendo un “bien común” por los demás, a costa del sufrimiento de muchas personas. Jamás lograremos comprender el dolor de la hermana del ex vicepresidente Óscar Denis Sánchez, que la llevó a arrodillarse frente a miles de personas y prácticamente todo el país, porque el momento fue televisado por casi todos los medios audiovisuales de comunicación.
Esa imagen será difícil de borrar de nuestras mentes, ya que ver a una mujer derrumbada ante el dolor de no saber qué está pasando su hermano, hace que nos pongamos a analizar todos esos momentos de extremo sufrimiento que hemos contemplado con anterioridad, solo para que la historia vuelva a repetirse.
Nunca olvidaré estas palabras “Te amo hermano, Dios te bendice. Estoy rezando para que te liberen y que le liberen a todos los secuestrados. Ya no queremos sufrir, ya no quiero que sufran, Paraguay no tiene que tener más secuestros”.
A pesar de que este grupo esté instalado en el norte del país desde hace años, aún no hemos tenido ningún tipo de resultado verdaderamente positivo para nuestro país, es momento de parar estos sufrimientos y comenzar a contemplar la posibilidad de exigir hechos contundentes para la eliminación de estos grupos asesinos, que más allá de acabarse, van adoctrinando a más paraguayos a sumarse a sus filas con filosofías baratas, falsas promesas de un país ideal que es inexistente, porque sus promesas de una revolución que se basa en la justicia social, no tienen sustentos básicos.
¿y mañana a quién le tocará ser la víctima de este grupo criminal?